Las cadenas
Autor: Virgilio López Azuán
Muerden los fierros las cadenas y nadie nos rescata, con sus sables de piratas se enamoran de la carne, del rojo que marcha en la piel, con sus negros nubarrones. Y te llegan a los huesos,  con sañas, con bocas de sabuesos. Las cadenas levantan sus consignas del llanto atravesado en los agujeros que ahogan y orinan la rabia. Y te llenan el vientre de estrella muertas, con el futuro en fuga. Ellas te ahorcan ocultando las llaves, de anillos anudados. Son las cadenas la clausura, los cementerios heredados, que en la virtud del poema, tiemblan. Y te acortan la distancia, te revuelven la luz en la equina profunda. Y el rayo se lo bebe como agua de plata. Y nos devuelve la cara con tanto dolor agrupado. Suenan las cadenas en los barcos, en las galeras homicidas, en las banderas de piratas, a media asta, hasta la mar y su amargura. Las cadenas tienen el frío de la muerte con la nada bostezando. Es tormenta revuelta en la tierra, con las minas pendientes, las que explotan en los campos, las que han perdido el rastro del arrullo. Y entonces, te muerden mordiendo los dientes de mil lenguas, las lenguas de mil dientes afilados, metal del frío, traicionero. Las cadenas nos dejan preso, estrella aparcada a la orilla del río, con el canto carnal de los corazones. Las cadenas nos llenan la boca de algodones, y nos embriagan de sus muertes y sus retoños. En mitad de la noche, las cadenas son el grito de las heridas, la vida tratada a empujones. Y se suben a tu boca con su baba y su amargo. Te amarra los pájaros que cantan en tus ventanas y te dan aletazos con sus labios fríos, sus labios muertos. Las cadenas se calientan en los cuerpos, cuerpos que la queman con los brazos amorosos de la sangre.

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