El agua me sabe a tibia tonada azul, como en aquellos tiempos, de espiroquetas enternecidas de soledad. Me duele el átomo aquel de los misterios, arriba y abajo en los charcos, pantanos de un día, perdidos en el llanto. Me gusta el amor amarillo de los bacilos, desparramado de olvidos, instinto que vuela sin querer, con azahares caprichosos. Estaba allí, unicelular, partido de mi en mi, en dos pasados de tiempo, esperando que alguien construyera el arca, en el diluvio claro de canto, para oler el calor vibrante de los colores. Entonces, de los charcos volará la simiente, el sexo recién creado de la aurora con sus pardos claros, con sus nubes nuevas. Y yo, multiplicado en luceros, en arena y besos amaneceré acostado en estas playas. Allá, a lo lejos escucho el tono azul de los bacilos hermanos, bacilos en el tiempo, en la memoria de una historia sepultada. Atrás las soledades, repetido mundo hueco que un día fue nostalgia en el agua, y ahora ya es fuego descubierto. Mejor es decirte del manto azul en una clave de sol, o el picante número que nos mira. Me sabe a tibia tonada azul esos recuerdos, me sabe a la noche oscura, compañera de los ojos perdidos, sin el nombre del pecado. Somos seres solos, instinto de amor hecho bandera o canto de gallos en los cobertizos, que levantamos las manos para tocar el viento.
A lo largo, nos hemos visto multiplicados, partidos en la mitosis que lanza una lluvia delirante con señal de vida, con los miedos del charco, del origen quemado en el fuego del lago.
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